lunes, 21 de abril de 2025

Cuando muere el Santo Padre: el vórtice, el rito y la sombra del altar

 Hay muertes que no son muertes, sino puertas. La del Papa Francisco (aunque aún resuene entre notas solemnes y rosarios apretados con devoción) no es solo un final humano. Es un eclipse espiritual. Un sacudimiento en el corazón alquímico del mundo. Porque aunque no todos creamos en el Santo Padre, todos vivimos bajo su sombra simbólica.

Un Papa es mucho más que un anciano con vestiduras blancas. Es el corazón palpitante de un imperio invisible que lleva siglos tallando la conciencia colectiva. Su respiración, su palabra, su silencio… todo se convierte en dogma, en ley, en fe. Y cuando ese corazón se detiene, cuando el cuerpo se enfría, el mundo espiritual entra en un instante de suspensión. El péndulo tiembla. El trono se queda vacío, y con él, el alma de millones se queda sin eje.

Y es que el Papa (más allá del Vaticano, más allá de la cristiandad) es un símbolo. Es el Rey Sol en la tierra, la imagen viva de un dios administrado. Es un canal que une cielo y mundo, aunque el oro de sus anillos esconda también la herrumbre de siglos de poder. Su muerte no es solo la de un hombre; es el cierre de un ciclo de sentido. Es el Nigredo del cristianismo moderno. Es el comienzo de la putrefacción simbólica de lo sacro-institucional.

Hoy, en cada rincón donde una vela arde por su alma, se ejecuta un ritual sin conciencia. Cada misa, cada salmo, cada Ave María es un hilo en la gran telaraña de la magia involuntaria. El planeta entra en trance. Se inclina el mundo hacia el luto, pero ese luto no es solo dolor: es un encantamiento colectivo. Millones piensan lo mismo, sienten lo mismo, oran al mismo nombre. El egregor papal se deshace en el aire… o se transforma.

Los funerales vaticanos no son solo protocolos. Son rituales de alta magia. Desde el cierre ritual de la Cámara Apostólica hasta la destrucción del anillo del pescador, cada paso está cargado de símbolos que sellan, invocan, liberan y dirigen. Pero ¿qué se libera realmente cuando muere un Papa? ¿Qué fuerzas se desatan cuando cae la voz más poderosa de la religión oficial?

Desde la magia no celebramos ni lloramos: observamos. Y lo que se alza en este momento es un campo magnético sin igual. Una ventana abierta al caos sagrado. Porque no olvidemos que el Santo Padre es también el guardián del orden simbólico occidental. Con su muerte, el orden se resquebraja. Y en la grieta, lo innombrable asoma.

La alquimia nos enseñó que toda transmutación comienza por la muerte. El cuerpo del Papa, vestido con sus ornamentos sagrados, no es más que una prima materia. Su descomposición es literal y arquetípica. Es el símbolo de la Iglesia muriendo en su forma actual, preparando la tierra para un nuevo molde. Pero cuidado: no toda renovación es luz. A veces, lo que brota de la tumba no es un redentor, sino un reflejo oscuro. Y si el próximo pontífice se corona con sonrisa amable pero pasos silenciosos, bien podríamos estar ante una figura más simbólica que nunca. Un Papa Negro. Un anti-luz.

No, no necesitas ser católico para que esta muerte te toque. Porque tú también heredaste, en tus células, el eco de siglos bajo su cruz. Porque tus antepasados se arrodillaron, se confesaron, fueron excomulgados o bendecidos bajo el poder de esa figura. La Iglesia está en tu memoria genética, aunque la niegues. Y su caída te desestructura, aunque no sepas por qué.

Es momento de hacer limpieza. No de incienso y agua bendita, sino de votos no recordados, de pactos familiares, de dogmas enquistados en el alma. Es tiempo de exorcizar al Papa interno: ese que aún juzga, aún teme, aún manda.
Es tiempo de devolverle al trono su vacío.
Y al espíritu, su libertad.

La muerte del Papa Francisco es un rito planetario.
Y todo rito es oportunidad.
De liberar.
De destruir.
De nacer.

Pero en esta alquimia de luto y oro, que no se te olvide:
El altar también sangra.

sábado, 19 de abril de 2025

Tauro, la muerte lenta: por qué lo que no sueltas te pudre por dentro

 


Hay cosas que no se rompen de un día para otro. Se oxidan. Se llenan de moho por dentro mientras por fuera siguen luciendo enteras. Así actúan ciertos apegos: no nos destruyen de inmediato, sino que nos enferman lentamente, en silencio, con una ternura falsa que en realidad encierra putrefacción.

Tauro, el signo regido por Venus, representa el cuerpo, la estabilidad, el deseo, el goce y la materia. Pero también representa el miedo a soltar lo que ya se conoce, incluso cuando ya no nutre. En su luz, Tauro disfruta con los cinco sentidos, construye desde la constancia, honra lo que ama con paciencia y presencia. Pero en su sombra, se aferra con obsesión, se encierra en la costumbre y convierte el placer en prisión.

La muerte lenta de Tauro no es dramática ni explosiva. Es progresiva. Es la rutina que ya no vibra pero que no te atreves a romper. Es el amor que dejó de ser amor, pero al que sigues llamando así por costumbre. Es el trabajo, el hogar, la identidad que ya no te representa, pero que defiendes como si tu vida dependiera de ello.

La sombra taurina aparece cuando preferimos lo conocido aunque duela, antes que lo nuevo aunque libere. Aparece cuando negamos los ciclos naturales del alma y del cuerpo. Cuando convertimos la permanencia en estancamiento. Cuando confundimos fidelidad con miedo. Cuando cargamos cadáveres emocionales por miedo a quedarnos con las manos vacías.

Pero lo que no se transforma, se pudre. Esta es una verdad que atraviesa todo el pensamiento alquímico. No hay oro sin descomposición previa. No hay luz sin muerte. No hay evolución sin renuncia. El alma no florece donde no hay oxígeno, y el alma de Tauro necesita aprender que no todo lo que se ama debe ser eterno. Que algunas cosas, por más bellas que hayan sido, están destinadas a ser recordadas y no sostenidas.

En este sentido, el trabajo de sombra para Tauro es profundamente alquímico. Implica mirar de frente los apegos y reconocer cuándo el deseo de estabilidad se ha convertido en miedo a vivir. Requiere preguntarse con honestidad: ¿por qué me cuesta tanto dejar ir? ¿A quién intento proteger manteniéndome aquí? ¿Qué parte de mí teme desaparecer si lo suelto todo?

Y, sobre todo, exige volver al cuerpo como oráculo. Porque el cuerpo siempre habla. A veces con dolor de garganta, a veces con insomnio, a veces con el peso insoportable de una rutina que ya no se siente viva. Tauro es un signo corporal, y por eso su muerte no es solo emocional o simbólica: es también física. El cuerpo enferma cuando se obliga a sostener lo insostenible.

La muerte lenta de Tauro se detiene cuando elegimos el riesgo de florecer en lugar del confort de marchitarnos. Cuando nos damos el permiso de cambiar incluso lo que una vez nos salvó. Porque sí: hay amores que fueron medicina y hoy son veneno. Hay hábitos que alguna vez nos dieron seguridad y hoy nos asfixian. Y hay versiones de nosotros que merecen ser honradas… pero también enterradas.

En esta temporada taurina, la invitación es clara: no acumules por miedo, no retengas por costumbre. Observa lo que ya murió en ti y déjalo ir con amor. Honra lo que fue, agradece lo que te dio, y luego suéltalo. Porque no todo lo que muere es una pérdida. A veces, la verdadera abundancia comienza cuando dejamos espacio para que lo nuevo respire.

El alma también necesita podas. Y aunque duela, es preferible una muerte honesta a una vida en putrefacción. Que este tiempo de tierra te enseñe que el verdadero placer no está en tener, sino en vivir sin miedo. Que el cuerpo te devuelva su verdad. Y que tu alma, por fin, descanse de tanto cargar.

Cuando muere el Santo Padre: el vórtice, el rito y la sombra del altar

 Hay muertes que no son muertes, sino puertas. La del Papa Francisco (aunque aún resuene entre notas solemnes y rosarios apretados con devoc...