Un Papa es mucho más que un anciano con vestiduras blancas. Es el corazón palpitante de un imperio invisible que lleva siglos tallando la conciencia colectiva. Su respiración, su palabra, su silencio… todo se convierte en dogma, en ley, en fe. Y cuando ese corazón se detiene, cuando el cuerpo se enfría, el mundo espiritual entra en un instante de suspensión. El péndulo tiembla. El trono se queda vacío, y con él, el alma de millones se queda sin eje.
Hoy, en cada rincón donde una vela arde por su alma, se ejecuta un ritual sin conciencia. Cada misa, cada salmo, cada Ave María es un hilo en la gran telaraña de la magia involuntaria. El planeta entra en trance. Se inclina el mundo hacia el luto, pero ese luto no es solo dolor: es un encantamiento colectivo. Millones piensan lo mismo, sienten lo mismo, oran al mismo nombre. El egregor papal se deshace en el aire… o se transforma.
Los funerales vaticanos no son solo protocolos. Son rituales de alta magia. Desde el cierre ritual de la Cámara Apostólica hasta la destrucción del anillo del pescador, cada paso está cargado de símbolos que sellan, invocan, liberan y dirigen. Pero ¿qué se libera realmente cuando muere un Papa? ¿Qué fuerzas se desatan cuando cae la voz más poderosa de la religión oficial?
Desde la magia no celebramos ni lloramos: observamos. Y lo que se alza en este momento es un campo magnético sin igual. Una ventana abierta al caos sagrado. Porque no olvidemos que el Santo Padre es también el guardián del orden simbólico occidental. Con su muerte, el orden se resquebraja. Y en la grieta, lo innombrable asoma.
La alquimia nos enseñó que toda transmutación comienza por la muerte. El cuerpo del Papa, vestido con sus ornamentos sagrados, no es más que una prima materia. Su descomposición es literal y arquetípica. Es el símbolo de la Iglesia muriendo en su forma actual, preparando la tierra para un nuevo molde. Pero cuidado: no toda renovación es luz. A veces, lo que brota de la tumba no es un redentor, sino un reflejo oscuro. Y si el próximo pontífice se corona con sonrisa amable pero pasos silenciosos, bien podríamos estar ante una figura más simbólica que nunca. Un Papa Negro. Un anti-luz.
No, no necesitas ser católico para que esta muerte te toque. Porque tú también heredaste, en tus células, el eco de siglos bajo su cruz. Porque tus antepasados se arrodillaron, se confesaron, fueron excomulgados o bendecidos bajo el poder de esa figura. La Iglesia está en tu memoria genética, aunque la niegues. Y su caída te desestructura, aunque no sepas por qué.

